España vive tiempos convulsos. A la grave crisis económica y
social que venimos sufriendo durante mucho tiempo, se une la crisis política y
una crisis territorial derivada del pulso que los nacionalistas e
independentistas han echado al Estado.
Hacer frente a estos retos mayúsculos es tarea difícil, pero empeño
inexcusable del Gobierno, de las fuerzas políticas de oposición y de la
sociedad española.
Hay quienes creen que los problemas de España se resuelven
desde el inmovilismo, la imagen
gráfica del Rajoy fumando un puro sería el símbolo de una forma de enfrentar
los problemas que no conduce a ninguna parte. Del inmovilismo sólo se deriva la
gangrena de problemas irresueltos sine die.
Otros creen que la respuesta a los problemas de España es la ruptura.
La ruptura con un modelo de convivencia que nos dimos los
españoles en 1978 y que ha hecho que esta España haya vivido la más larga etapa
de paz, progreso y prosperidad que jamás hayamos conocido. Si, digo la más
larga etapa de paz, progreso y
prosperidad que a lo largo de la historia hayamos vivido. Algo nada despreciable
si aceptamos que los españoles fueron testigos, en otras etapas históricas, de
cruentas guerras civiles, de un país de miseria y pobreza donde se instaló en
la memoria colectiva la imagen de charanga y pandereta que define muy bien la
percepción que los españoles tenían de sí mismos. Nada es pues susceptible de
no repetirse si nos empecinamos en ello.
Los socialistas creemos que la sociedad española exige un
cambio sustancial, un cambio para el que una reforma de nuestro marco de convivencia es inexcusable.
Reformas para adecuar nuestra Constitución a un país que es
radicalmente diferente a aquel del 78. Una reforma que renueve el marco de
convivencia entre los españoles a través de un nuevo pacto con la sociedad que
ha quedado laminado después de esta maldita crisis.
Una reforma para blindar los derechos públicos básicos, como
la Educación, la Sanidad y los Servicios Sociales.
Una reforma que nos concilie con nosotros mismos, que
modifique conductas, instituciones, derechos, deberes y valores que nunca
debimos perder. Voy a poner algunos ejemplos básicos que se convierten en
necesidades imperiosas.
España está hoy plenamente integrada en la Unión Europea y
este hecho no está reconocido en la Constitución, ni tampoco el marco de
relaciones con Europa que supone una transferencia de soberanía evidente.
El mundo de internet ha hecho de nuestra sociedad una
sociedad sustancialmente diferente a la del 78. La adaptación de instituciones,
de las relaciones sociales, los comportamientos democráticos en forma de una
nueva representatividad o el marco institucional actual requiere de una reforma
radical porque así lo exige la ciudadanía.
Los partidos políticos como elementos sustanciales del
sistema democrático deben adaptar su funcionamiento a los requerimientos
sociales, en transparencia, en democracia interna, en apertura a la sociedad y
en el control democrático por parte de la ciudadanía. Y, finalmente, el Estado de las
Autonomías, que gestiona los servicios que más aprecian los ciudadanos como la
educación, la sanidad y los servicios sociales tiene que evolucionar hacia el federalismo. ¿Qué significa esto? Que
el sistema competencial debe quedar
claro y definido para evitar duplicidades injustificadas, que el sistema de
financiación debe constitucionalizarse y garantizar la igualdad de los ciudadanos vivan donde vivan , que el Senado no puede ser una Cámara de
segunda lectura sino una institución que sirva para ahormar las relaciones
entre el Estado y las Comunidades Autónomas. Que existan elementos de cooperación como los hay en los Estados
Federales, en Estados Unidos o en Alemania y que, definitivamente, las
entidades locales dispongan de autonomía financiera mediante un marco económico
seguro y estable. Pero hay que cambiar también los órganos constitucionales
básicos sobre todo en el nombramiento de sus miembros, como el Tribunal
Constitucional, el Tribunal de Cuentas, el Consejo Judicial para descolonizarlos
de los partidos políticos.
Esta es la parte sustancial de nuestra propuesta y las concreciones las
dejamos para el debate que debe realizarse ya entre los diversos actores. A
Rajoy le parece inconcreto, pero lo concreto es su incapacidad para pactar con
las Comunidades Autónomas un nuevo sistema de financiación. A otros les parece sencillamente irrelevante
porque lo suyo es un nuevo pacto constituyente del que, este sí, ni sabemos dónde
empieza ni donde nos quiere llevar.
España necesita un cambio y la garantía de un cambio seguro
pretende liderarla el PSOE, aunque haya quienes piensen que hay que pasar
cuentas con el pasado y esas cuentas empiecen por sustituir al PSOE por
radicalismos de izquierdas o veleidades populistas que tanto empiezan a
arraigar, lamentablemente, en nuestra sociedad.
Ya hace tiempo hubo un
iluminado que intentó terminar con los socialistas a través del “sorpasso”, es
decir, la unión de la izquierda marginal con la derecha política. Y aquí
seguimos, aguantando la tempestad por si
quienes se consideran adeptos de aquél iluminado quisieran embestir, en vez de
pensar que una alternativa a las recetas de la derecha sólo pasa por una
alternativa de izquierdas en la que el PSOE, aunque les cueste digerirlo
seguirá siendo sencillamente
indispensable, por el bien de nuestro país y de las generaciones venideras.
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