jueves, 20 de noviembre de 2014

Un cambio seguro.


España vive tiempos convulsos. A la grave crisis económica y social que venimos sufriendo durante mucho tiempo, se une la crisis política y una crisis territorial derivada del pulso que los nacionalistas e independentistas han echado al Estado.

Hacer frente a estos retos mayúsculos es tarea difícil, pero empeño inexcusable del Gobierno, de las fuerzas políticas de oposición y de la sociedad española.

Hay quienes creen que los problemas de España se resuelven desde el inmovilismo, la imagen gráfica del Rajoy fumando un puro sería el símbolo de una forma de enfrentar los problemas que no conduce a ninguna parte. Del inmovilismo sólo se deriva la gangrena de problemas irresueltos sine die.

Otros creen que la respuesta a los problemas de España es la ruptura.

La ruptura con un modelo de convivencia que nos dimos los españoles en 1978 y que ha hecho que esta España haya vivido la más larga etapa de paz, progreso y prosperidad que jamás hayamos conocido. Si, digo la más larga  etapa de paz, progreso y prosperidad que a lo largo de la historia hayamos vivido. Algo nada despreciable si aceptamos que los españoles fueron testigos, en otras etapas históricas, de cruentas guerras civiles, de un país de miseria y pobreza donde se instaló en la memoria colectiva la imagen de charanga y pandereta que define muy bien la percepción que los españoles tenían de sí mismos. Nada es pues susceptible de no repetirse si nos empecinamos en ello.

Los socialistas creemos que la sociedad española exige un cambio sustancial, un cambio para el que una reforma de nuestro marco de convivencia es inexcusable.

Reformas para adecuar nuestra Constitución a un país que es radicalmente diferente a aquel del 78. Una reforma que renueve el marco de convivencia entre los españoles a través de un nuevo pacto con la sociedad que ha quedado laminado después de esta maldita crisis.

Una reforma para blindar los derechos públicos básicos, como la Educación, la Sanidad y los Servicios Sociales.

Una reforma que nos concilie con nosotros mismos, que modifique conductas, instituciones, derechos, deberes y valores que nunca debimos perder. Voy a poner algunos ejemplos básicos que se convierten en necesidades imperiosas.

España está hoy plenamente integrada en la Unión Europea y este hecho no está reconocido en la Constitución, ni tampoco el marco de relaciones con Europa que supone una transferencia de soberanía evidente.

El mundo de internet ha hecho de nuestra sociedad una sociedad sustancialmente diferente a la del 78. La adaptación de instituciones, de las relaciones sociales, los comportamientos democráticos en forma de una nueva representatividad o el marco institucional actual requiere de una reforma radical porque así lo exige la ciudadanía.

Los partidos políticos como elementos sustanciales del sistema democrático deben adaptar su funcionamiento a los requerimientos sociales, en transparencia, en democracia interna, en apertura a la sociedad y en el control democrático por parte de  la ciudadanía. Y, finalmente, el Estado de las Autonomías, que gestiona los servicios que más aprecian los ciudadanos como la educación, la sanidad y los servicios sociales tiene que evolucionar hacia el federalismo. ¿Qué significa esto? Que el sistema competencial debe quedar claro y definido para evitar duplicidades injustificadas, que el sistema de financiación debe constitucionalizarse y garantizar la igualdad de los ciudadanos vivan donde vivan , que el Senado no puede ser una Cámara de segunda lectura sino una institución que sirva para ahormar las relaciones entre el Estado y las Comunidades Autónomas. Que existan elementos de cooperación como los hay en los Estados Federales, en Estados Unidos o en Alemania y que, definitivamente, las entidades locales dispongan de autonomía financiera mediante un marco económico seguro y estable. Pero hay que cambiar también los órganos constitucionales básicos sobre todo en el nombramiento de sus miembros, como el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas, el Consejo Judicial para descolonizarlos de los partidos políticos.

Esta es la parte sustancial de  nuestra propuesta y las concreciones las dejamos para el debate que debe realizarse ya entre los diversos actores. A Rajoy le parece inconcreto, pero lo concreto es su incapacidad para pactar con las Comunidades Autónomas un nuevo sistema de financiación. A  otros les parece sencillamente irrelevante porque lo suyo es un nuevo pacto constituyente del que, este sí, ni sabemos dónde empieza ni donde nos quiere llevar.

España necesita un cambio y la garantía de un cambio seguro pretende liderarla el PSOE, aunque haya quienes piensen que hay que pasar cuentas con el pasado y esas cuentas empiecen por sustituir al PSOE por radicalismos de izquierdas o veleidades populistas que tanto empiezan a arraigar, lamentablemente, en nuestra sociedad.

 Ya hace tiempo hubo un iluminado que intentó terminar con los socialistas a través del “sorpasso”, es decir, la unión de la izquierda marginal con la derecha política. Y aquí seguimos, aguantando la tempestad  por si quienes se consideran adeptos de aquél iluminado quisieran embestir, en vez de pensar que una alternativa a las recetas de la derecha sólo pasa por una alternativa de izquierdas en la que el PSOE, aunque les cueste digerirlo seguirá siendo  sencillamente indispensable, por el bien de nuestro país y de las generaciones venideras.

 

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