Treinta y
seis años después de la vigencia de nuestra Constitución, que ha sido el pacto
de convivencia más fructífero de cuantos ha conocido la historia de nuestro
país, conviene reflexionar sobre la conveniencia o no de su reforma.
Hoy España
es un país radicalmente diferente de aquél de 1978, año en el que tras superar
una dictadura de cuarenta años, España despertó a la modernidad, al crecimiento
económico, a la concordia entre los españoles y a un acercamiento a Europa que
era como decir a la paz de los pueblos, a la cultura y al progreso.
Ayer éramos
un país cerrado a nosotros mismos, hoy abierto a Europa y al mundo, ayer un
país atrasado tecnológicamente, hoy equiparados al resto en nuevas tecnologías
y en los mayores avances científicos, ayer un país acostumbrado al caciquismo y
a la inquisición, hoy ilustrado, democrático y plural. Ese cambio experimentado
hace necesario adaptar nuestras Instituciones a los nuevos tiempos, a nuevas
formas de concebir la democracia y la participación en los asuntos públicos, a
una concepción diferente de entender nuestras relaciones con el exterior.
Quienes
vivimos, desde nuestra juventud, el ímprobo esfuerzo para pactar un texto
constitucional que conjugara las aspiraciones de unos y las frustraciones
ajenas creemos que ha llegado el momento de renovar ese pacto de ciudadanía para ayudarnos a crear un nuevo marco de
convivencia como valor supremo que,
entre todos, tenemos que preservar.
Si hay que apelar
al sentido de Estado de quienes desde el más rancio inmovilismo no quieren
tocar ni una coma en respuesta a los retos territoriales, sociales, y económicos
que aparecen hoy en España, tenemos la obligación de hacerlo, porque desde el
inmovilismo no se da respuesta ni a los problemas de los territorios que
consideran que el Gobierno popular actúa
desde un neocentralismo difícilmente comprensible, ni tampoco a quienes creen
que la corrupción ha socavado los cimientos del Estado, o a aquellos que
demandan una reforma de la política y de los partidos políticos. Pero si hay
que frenar los ímpetus irracionales de aquellos que para pasar cuentas del
pasado quieren hacer tabla rasa de aquello que tanto nos costó pactar, también
tendremos que hacerlo.
Los
socialistas defendemos nuestra Constitución y su mejor defensa es abogar por
reformarla. Una reforma que abarcaría nuevos derechos sociales y civiles, entre
los que destaca la constitucionalización de la educación, la sanidad y los
servicios sociales, para que ningún gobierno, como el actual, pueda hacer
recortes que dejen en los huesos el Estado del Bienestar que, entre todos,
hemos conseguido.
Una reforma
que adecúe el Estado de las Autonomías hacia un Estado Federal en el que las
competencias de las Comunidades Autónomas y del Estado sean claras, en la que
se dé un nuevo papel a un Senado con graves carencias, en la que se plasmen
unas reglas de financiación para las autonomías
que no estén al albur de los Gobiernos cada cinco años y en la que se
reformule el papel de los municipios y su financiación para que, de verdad, los
municipios como entidad más próxima al ciudadano tengan verdadera autonomía y
capacidad para prestar los servicios básicos.
Y, finalmente, una reforma para mejorar
nuestra democracia. La supresión de los aforamientos, la tasación de los
indultos, el control de los representantes públicos o el funcionamiento de los
partidos políticos y los sindicatos y la patronal que deben responder a los
principios de transparencia y democracia, o una nueva forma de elección de los
órganos constitucionales con criterios de mérito y capacidad y no de afinidad a
los grupos políticos.
En
definitiva, las tres crisis que hoy padece España, la institucional, la social
y la económica, requieren una reforma a fondo del texto constitucional que nos
permita renovar ese pacto de convivencia que nos ha llevado, no lo podemos
olvidar, al mayor periodo de tiempo de paz y de progreso económico y social de
los que nunca los españoles han gozado. No arruinemos este bien mayor ni por
prejuicios inmovilistas ni por ansias constituyentes que no han resuelto nunca
ningún problema. Sólo una reforma estudiada y pactada puede ser útil para otro
largo periodo de convivencia pacífica entre los españoles.
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